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Evocando el pasado recuerdo cuando
las comunidades acudían ante los gobernantes de estos pueblos olvidados y
abandonados por el estado, para solicitar solución a la problemática que los
aquejaba, el burgomaestre sin tanta parafernalia y procedimiento ordenaba la
inmediata intervención para remediar la situación anómala y satisfacer a sus
gobernados.
Pero los tiempos cambian, hoy para
que los gobernantes puedan ejecutar una obra o dar solución a la problemática
que afecta a sus municipios se hace necesario una serie de trámites y
procedimientos a fin de llevar a cabo las etapas contractuales de todo
procedimiento administrativo.
Estos cambios fueron realizados para
evitar la corrupción, garantizar la transparencia, eficacia, responsabilidad y
selección objetiva en la contratación pública, pero lo que vive el país a
diario es todo lo contrario, habida cuenta que las comunidades no encuentran
solución a su problemática con prontitud y eficacia, por el contrario los casos
de corrupción se incrementan y los dineros del erario son malversados y
derrochados.
Nuestros abuelos daban honor a su
palabra, la cual era la más fehaciente prueba de cumplimiento y compromiso,
ahora ni los contratos, clausulas y mucho menos las imputaciones penales y
disciplinarias son los mecanismos persuasivos para lograr que se cumpla con lo pactado
o contratado, se perdió el honor, la vergüenza y honra.
Antes les aterraba y temían a la
sanción social, al escarnio público, por eso sus actuaciones eran consecuentes
con las normatividad legal para no estar inmerso en cualquier problema
judicial, en la actualidad se ha perdido los principios y valores, hemos convertido
en moda el jet set judicial, aparecen en
las primeras páginas de los medios por actos de corrupción sin la más mínima
perturbación a la honra y buen nombre.
El hombre a través del tiempo ha
perdido la vergüenza y el desparpajo, en su afán de acumular riquezas y en la búsqueda
de su bien personal, hace de la deshonra y menoscabo de su dignidad algo
normal, hemos evolucionado para mal, permitiendo que la corrupción se convierta
en un elemento natural de nuestra sociedad, sin darnos cuenta y entender que es
la única culpable de todos nuestros problemas, de la violencia, desigualdad y
subdesarrollo donde nos encontramos sumido.
Por eso se hace necesario que el constituyente primario asuma el rol de
oxigenador de la política, al elegir personas idóneas con alto nivel de principios
que conlleven a salvaguardar las necesidades del pueblo sin el afán rutinario
del beneficio particular, así mismo retomar los pensamientos del pasado,
rescatando la ética y valores de nuestros antepasados, donde el honor, la honra
y la dignidad de una persona eran su bien más preciado, para de esta manera
recomponer el camino y construir un país equitativo, igualitario, con
oportunidades, desarrollo y que propende por el bienestar y mejoramiento de las
condiciones de vida de todos sus habitantes, porque si no seguiremos condenados
a vivir con las necesidades insatisfechas, la politiquería y la corrupción carcomiendo
a diario nuestra sociedad.
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