Egan Bernal Gómez ha logrado una hazaña
histórica: coronarse como campeón de la carrera ciclística más importante del
mundo, el Tour de Francia. Por ende, los Campos Elíseos se vistieron de
amarillo, azul y rojo, nuestro himno se entonó con gran júbilo, y el tema se
convirtió en el bálsamo para olvidar todos los problemas que nos aquejan como
país.
Ahora bien, este gran triunfo hizo pasar
desapercibido el cierre de inscripciones de candidatos para autoridades
locales. No hubo un gran despliegue periodístico para conocer los nombres de
los líderes que postularon sus nombres para regir los destinos de sus
municipios y departamentos.
Sin embargo, aprendimos mucho sobre el gran Egan
y sobre los resultados que deja la humildad, el sacrificio y el trabajo en
equipo. Egan, a pesar de sus condiciones y figuración en la general, siempre
estuvo dispuesto y aceptó ser el gregario de Geraint Thomas, líder de fila de
su equipo. Y viceversa Thomas al ver mermadas sus posibilidades y la
oportunidad de Egan de alcanzar el liderato, sin problema se dispuso a trabajar
como soldado para ayudar a nuestro ciclista, el cual agradeció el gesto después
del triunfo.
Al coronarse rey del Tour, Egan no perdió su
esencia, ni la sencillez. Verlo abrazar a su hermano menor, brindándole un beso
en la frente y ofreciéndole su bendición demuestra que los triunfos y la
figuración no son pretexto para que se le suban los humos, se olvide de su
gente y tenga un trato despectivo con quienes lo han ayudado alcanzar sus
metas.
Haciendo un parangón y aprovechando la época
electoral, creo que el triunfo y actuar de Egan deben servir de ejemplo y guía
para muchos de nuestros políticos. Ellos deberían aplicar en su vida, campaña y
gobierno las enseñanzas que evidenciamos en este gran campeón.
Aunque la mayoría de líderes suelen
transmitir sencillez y humildad, está por lo general es ficticia, toda vez que
solo se untan de pueblo y trabajan en equipo para lograr su propósito: contar
con el fervor, apoyo popular y ser elegidos. No obstante, después olvidan a sus
gregarios, pretendiendo convertir a su equipo y al pueblo en sus esclavos,
quienes deben obedecer y hacer lo que se les ordene.
La soberbia y arrogancia se apodera de sus egos.
El poder los embriaga. Se creen reyes o señores feudales, donde el pueblo es la
plebe y debe rendirles pleitesía. Conforman una corte de adulones que aplauden
y celebran todas sus actuaciones, aunque vayan en contravía del pueblo que los
eligió. Tratan a sus electores con desdén. Se creen el amo y señor de la
comunidad, por consiguiente no se les puede criticar o contradecir sus
decisiones.
Esta dinámica debe cambiar. No podemos permitir
que nos sigan utilizando. Debemos hacer valer nuestro poder y utilizar la
herramienta que nos brinda la Constitución, el voto, para decidir y elegir,
escogiendo una clase dirigente comprometida, idónea, con principios y valores
que nos permitan soñar con un mejor futuro.
Aprendamos
de los triunfos y enseñanzas que nos brindan nuestros deportistas para renacer
como país, reconstruir nuestro tejido social y abanderar procesos que nos
permitan ser una mejor sociedad, un mejor país. De lo contrario seguiremos
condenados al desprecio, olvido y abandono de nuestra clase dirigente.
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