Somos un país asediado por la
corrupción, un mal que se ha incrustado en todas las esferas de la sociedad.
Este ha afectado sensiblemente la salud, educación, justicia y finanzas del
Estado. Además, nos ha coartado la posibilidad de mejorar las condiciones de
vida y brindar bienestar a los ciudadanos, generando desconfianza, desesperanza
e inconformismo.
Es por ello que pedimos a gritos
cambios sustanciales, fuera de acciones y políticas que nos conduzcan a
erradicar y combatir este flagelo que nos carcome como sociedad, que nos somete
a la pobreza, a las necesidades insatisfechas, a la violencia e inseguridad y
que nos condena a la falta de oportunidades y desasosiego.
En esta lucha la sociedad civil ha
despertado. Más de 11 millones de colombianos mediante una consulta pedimos
combatir la corrupción. De hecho, el presidente y el Congreso se comprometieron
a legislar para que ese anhelo y sueño de los colombianos se haga realidad. A
pesar de sus promesas, somos testigos de cómo han incumplido y faltado a su
compromiso con la historia y con el país, hemos evidenciado cómo a diario
burlan las leyes para hacernos conejo y negarnos la posibilidad de construir un
mejor país.
Así mismo, es preocupante cómo siguen
interceptando ilegalmente a los ciudadanos desde las agencias de seguridad e
investigación del Estado, donde se reveló otro escándalo de chuzadas en las
entrañas de la Fiscalía, por las cuales, como es costumbre, se penalizará a los
primeros eslabones de la cadena, pero sus cerebros gozarán de impunidad, toda
vez que por miedo y falta de garantías los capturados se niegan a colaborar con
la justicia para revelar y desentramar esta red criminal.
No obstante que el pueblo debate,
reclama y exige que los salarios de los congresistas sean reducidos y
congelados por considerarlos exorbitantes, el presidente firmó un decreto
incrementándoles el salario, premiando a los honorables por sus reiteradas
inasistencias y evasión de funciones, mientras la mayoría de colombianos
debemos trabajar de sol a sol y subsistir con un salario paupérrimo.
Y ya sea por compromiso o populismo,
en la instalación del Congreso, cuando el presidente Duque en un gesto
repudió los asesinatos de los líderes sociales, uniéndose al clamor del pueblo
que exige al unísono ni uno más y reconociendo la imposibilidad de protegerlos,
ocurrió el asesinato de una abogada defensora del páramo de Santurbán.
Además, en pleno salón elíptico,
recinto llamado a convertirse en la cuna de las leyes y la democracia
colombiana, fuimos partícipes de un episodio bochornoso, ruin y perverso del
partido de gobierno, donde el presidente del legislativo pretendía sabotear la
réplica de la oposición: ignorar de forma descarada la intervención de su
vocero y hacer que el presidente Duque abandonara el recinto sin escuchar sus
argumentos, violando flagrantemente un derecho consagrado en nuestra
legislación.
Los colombianos no
podemos seguir siendo permisivos con la trampa, con el juego sucio y las
decisiones que van en contravía de nuestra constitución y leyes. Debemos exigir
a nuestros gobernantes y legisladores acciones y políticas que fortalezcan
nuestro Estado social de derecho, allanen nuestro bienestar y garanticen el
mejoramiento de nuestras condiciones de vida, porque de lo contrario siempre
nos saldrán con el cuentico de que esa es su “última jugadita” para perjudicar
al pueblo que los eligió.
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