La inmensa mayoría de los colombianos
celebramos los avances del proceso de paz, soñamos con el desescalonamiento del
conflicto armado, vemos la paz como el pago de una deuda histórica a la
desigualdad social, exclusión, falta de oportunidades y abandono estatal que ha
contribuido a un conflicto que nos ha sumido en el llanto, dolor y barbarie.
Por ello nuestras esperanzas están
centradas en que las negociaciones entre el estado y la guerrilla pongan fin de
una vez por todas a más de 5 décadas de guerra fratricida, sin sentido, que ha
dejado una estela de muertos, desplazamientos, pobreza y odio entre los
colombianos.
Pero, a pesar de los grandes avances
en el proceso, vemos con preocupación cómo los diferentes actores del conflicto
armado, diferentes vertientes políticas e ideológicas quieren manipular la
opinión del colectivo nacional, para, según su conveniencia, inclinar la
balanza en este proceso de diálogo de paz.
Es común encontrar a la guerrilla
amedrantar a la ciudadanía con la implementación de sus métodos atroces de
guerra como el secuestro, la extorción, asesinatos, reclutamiento de menores,
siembra y distribución de droga o ataques a la infraestructura del país, para
demostrar su poderío armado y enviando el mensaje subliminal que es mejor una negociación
a cualquier precio que la intensificación de la guerra, sin importar los
crímenes y acciones realizadas.
Por otro lado, encontramos a los
opositores del proceso que mediante resistencia y argumentos muchas veces sin
fundamentos, quieren inculcarnos que hemos entregado el poder del estado a la
guerrilla, que someteremos la democracia y la constitución a sus pretensiones y
que reinará la impunidad, olvidando sus actuaciones y concesiones en anteriores
y similares oportunidades.
También es reiterada la manipulación
de los medios de comunicación, quienes en muchas ocasiones de forma imparcial,
sin ética y de manera descarada nos inunda de noticias de los beneficios o
desventaja de los diálogos adelantados en la Habana, de acuerdo a su posición
dominante ante el pueblo y su simpatía o no al proceso de paz.
Para colmo de males a toda esta
manipulación y guerra psicológica a la que somos sometidos los colombianos para
que tomemos partido sobre los diálogos, debemos sumar la nefasta posición del
señor presidente, principal artífice de este proceso, quién de manera
desacertada y nefasta sentenció un recrudecimiento de la guerra que llegaría
hasta las ciudades si el proceso de paz fracasara, olvidando que el eje
primordial de las negociaciones es que cesen las intimidaciones, la guerra, que
los colombianos nos reconciliemos y podamos disfrutar de una convivencia
pacífica y sin miedos.
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