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Nací en pueblo
hermoso, tranquilo, detenido en el tiempo, a orillas del Magdalena. Nací allí,
donde Dios puso un manatí para que despertara a Fermina Daza en el amor en los
tiempos del cólera, donde mis antepasados honraban la palabra, le daban mucho
valor, y los valores y principios éticos y morales eran fundamentales para
magnificar el prestigio y dignidad de las personas.
Infortunadamente
con el transcurrir del tiempo he notado como se ha desvalorizado la palabra. No
existe responsabilidad, entereza, compromiso y seriedad con lo expresado. Es
muy común que la gente cambie de opinión de un momento a otro, incumpla lo
pactado o quiera retractarse de lo afirmado.
Los
colombianos no rechazamos ni llegamos a sentir asombro si algún personaje
renuncia y posteriormente simplemente reversa su decisión, que acuerde la
realización de un acto democrático y después lo deslegitime, o recuse a sus
jueces y posteriormente por arte de magia pretenda retirarla sin estupor y con
la justificación y beneplácito de muchos.
Nosotros
celebramos y catalogamos de histórica la supuesta reunión de tres grandes
personajes de nuestra vida política, quienes manifiestan que de la
confrontación están pasando a la reconciliación, pero no analizamos y
cuestionamos por qué dos de estos personajes no deponen sus odios y rencores,
apoyando la reconciliación nacional, que permitan que consolidemos una
verdadera paz y acabemos con la polarización que nos destruye y no nos deja
construir un mejor país.
Lo mismo
ocurre con los valores y principios éticos y morales, los cuales en los últimos
años se han invertido, generando una descomposición social que nos ha sometido
ante la corrupción, la cual nos ha coartado la posibilidad de garantizar el
bienestar y mejoramiento de las condiciones de vida de nuestros conciudadanos,
condenándolos a la pobreza, violencia, desigualdad, adicción a las drogas,
desempleo, entre otros.
Es común
criticar, adelantar propuestas y acciones que vayan encaminadas a erradicar la
corrupción, pero al momento de elegir a nuestros gobernantes exigimos
beneficios y prebendas en aras de depositar nuestra decisión a su favor y
garantizar su elección, mientras que cuando existen jornadas democráticas de
gran interés para la nación es poca o nula la participación por la falta de
estímulo económico.
Hemos
magnificado la vida fácil. La obtención de fortuna sin merecimiento y de manera
ilícita hace carrera. Además, el estereotipo de películas, series o novelas de
narcotraficantes, terroristas o prepagos sin medir las consecuencias que estos
contenidos llegan a nuestros niños, en muchos casos sin la orientación de sus
padres, causan un desorden psicológico y una visión errada y peligrosa del
mundo.
Pretendemos
delegar o trasladar nuestro deber moral y de padres de educar a nuestros hijos
en principios y valores a docentes y particulares, olvidándonos que somos
nosotros con nuestro ejemplo y acciones que debemos cimentar unos pilares
fundamentados en el respeto, responsabilidad, honestidad, gratitud, humildad,
sensibilidad o solidaridad que permitan formar un ser humano de bien.
Si queremos un verdadero cambio y construir un país más justo,
equitativo y con oportunidades es necesario regresar al pasado, dándole valor a
la palabra, reafirmando desde nuestros hogares los valores y principios éticos
y morales a nuestra juventud. De lo contrario, seguiremos sumidos en la
degradación social, política y familiar en la que vivimos y que nos ha traído
mucho dolor y desgracias.
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