Foto: Las 2 Orillas |
Debido
al proceso político que se avecina he tenido que dejar mi amada y calurosa
tierra, donde desde tempranas horas despunta el sol, para adentrarme en la
montaña a una población con clima fresco pero nublado, desde donde sigo
analizando y opinando sobre el acontecer nacional.
En
los últimos días he evidenciado como nuestra patria se convierte en un país de
contrastes, donde damos por sentado acontecimientos con simples pruebas o
testimonios y desmeritamos o negamos otras con los mismos argumentos. Así
mismo, nos convertimos en una sociedad amarillista donde prevalece el morbo.
Por
medio de un video y testimonio de Marlon Marín condenamos a Jesús Santrich como
narcotraficante, por lo que exigimos su extradición, condena y pérdida de
beneficios otorgados por el proceso de paz, pero paradójicamente exoneramos y
absolvemos a todos los involucrados en los falsos positivos a pesar de las
evidencias y testimonios de militares implicados.
Mediante
referendo y/o constituyente pedimos reformar la justicia, en especial revocar
las altas cortes y derogar la JEP por decisiones controvertidas que van en
contravía de los intereses de un sector político, como el caso de las
objeciones de la Jurisdicción Especial para la Paz o la extradición de
Santrich, pero criticamos iniciativas similares que buscaban acabar con la
corrupción o callamos ante la decisión del beneficio de casa por cárcel a los
cerebros del carrusel de la corrupción o la no extradición del máximo
responsable de Agro Ingreso Seguro.
Brindamos
despliegue a la grave situación social, económica y política en Venezuela,
donde hacemos viral el desabastecimiento de alimentos, crisis en la salud,
muerte de opositores durante marchas contra el régimen y el reiterado corte del
fluido eléctrico que perjudica al país, pero nos hacemos los de la vista gorda
ante los casos de desnutrición de niños en el país, muerte de pacientes por falta
de atención o implementos médicos (como ocurrió en Aguachica, donde un bebé
prematuro falleció por falta de incubadora), los asesinatos selectivos a
líderes sociales o los atropellos de Electricaribe a los habitantes de la
región caribe (quienes padecen cortes diarios del servicio de energía
eléctrica).
Nos
solidarizamos con los niños y niñas víctimas de asesinato, maltrato y abuso
sexual y sus familias, exigiendo protección, respeto y condena ejemplar a los
culpables de estos delitos atroces, pero convertimos en sensación y damos
despliegue noticioso a las confesiones sobre los pormenores del sufrimiento que
padecen las víctimas. Un ejemplo claro es el caso de Yuliana Samboní, donde
convertimos el relato del victimario Rafael Uribe en sensación noticiosa, sin
importar que la consternación de sus familiares, la revictimización y la
apología al delito.
Además,
exigimos un Estado social de derecho, reclamamos la defensa a la
institucionalidad, demandamos la independencia de los poderes públicos, pero
aplaudimos cómo el gobierno y los congresistas no respetan, critican y
desaprueban las decisiones de las altas cortes, llamando a movilizaciones
contra sus decisiones, desautorizando informes como el del Banco de la
República que afirma que la economía del país está estancada y las cifras de
crecimiento económico son malas. Si queremos un país justo y equitativo debemos
medir con el mismo rasero todas las situaciones, decisiones o actuaciones que
se presenten, vengan de donde vengan.
No
podemos pretender que existan diferentes realidades de acuerdo al ideario
político desde que lo miremos, la ilegalidad es ilegalidad, la corrupción es
corrupción y el delito es delito, sin importar si es perpetrado por los de
derecha, los de izquierda o los de centro
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