Cuenta la historia que en un país muy
lejano existían dos municipios de un departamento que eligieron sus
burgomaestres y, por casualidad de la vida, estos personajes se conocían y
pertenecían al mismo partido político, ellos encarnaron la voluntad de un
pueblo de cambiar la historia y permitir que la administración municipal
devolviera la inversión que permitiera el bienestar de sus habitantes.
La ilusión y esperanza de sus pueblos
era inmensa, la expectativa por la gestión acrecentó el fervor popular por la
decisión tomada y los aires de cambios recorrieron cada rincón de la
municipalidad, en el centro urbano más grande el mandatario derrochó sencillez
y humildad, lo que le permitió conocer y vivir de primera mano las verdaderas
necesidades de sus gobernados, mientras tanto, su colega se sumergió en su ego,
arrogancia y prepotencia que le impidió entender la problemática de su
comunidad.
Como era de esperarse, el burgomaestre
que no dejó que su ascenso al poder lo obnubilara, en su administración trabajó
en obras de vital importancia como el mejoramiento de la educación, salud,
vías, saneamiento básico, vivienda, recreación e infraestructura que catapultó
a su municipio al progreso, desarrollo y bienestar de su gente. Con su gestión,
el gobernante se ganó el aprecio, apoyo y respeto de la gran mayoría de sus
dirigidos.
En cambio, la dirigente que se dejó
deslumbrar por el poder, su administración entró en un letargo donde la
inversión y las obras no afloraban, su testarudez no permitía que su equipo de
gobierno tomara decisiones que fueran en beneficio de su comunidad.
Transcurrido un tiempo, su administración comienza a construir obras de poco
impacto social y con serios inconvenientes de infraestructura, lo que no
permite que su gente alcance el bienestar y mejoramiento de sus condiciones de
vida que tanto añoraba y deseaba.
Por ello a las puertas de cerrar su
gobierno, el alcalde humano goza de la simpatía y agradecimiento de su pueblo,
mientras que el gobernante que se creyó un deidad goza del repudio y
desaprobación de su gente, tanto que mientras el primero recibe la solidaridad
y aprecio de su comunidad en los momentos más difíciles de su gestión, el
segundo recibe críticas y censura en los momentos de más lucidez de su
gobierno.
Las vidas paralelas de estos mandatarios
nos enseñan que el gobernante debe convertirse en un trabajador más de su
gente, en el servidor de todos, que la responsabilidad depositada por el pueblo
no es motivo para presumir y rebajar al pueblo que lo eligió, por el
contrario debe investirse de humildad para conocer las necesidades de su
gente, porque solo así podrá proyectar una solución real y efectiva de la
problemática que los aqueja.
Los servidores públicos olvidan que
llegan a los cargos a servir, olvidan que se deben al pueblo que los eligió,
creen que el pueblo es el que les debe subordinación y veneración, olvidándose
que su gobierno no es eterno, es pasajero y que la voluntad del pueblo puede
castigar o premiar su gestión.
Por eso cuando llegan
nuevamente las elecciones creen hipnotizar a la gente para que olvide todo su
mal proceder y pretenden que el pueblo apoye la continuidad de su nefasto
gobierno, para ello utilizan las finanzas municipales para comprar conciencia,
a diferencia de aquel que actuó a conciencia y centrado en su gente quien
recibe su beneplácito para darle continuidad a su proyecto.
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