miércoles, 10 de febrero de 2016

LOCOLOMBIA

Nuestro país siempre se ha caracterizado por ser alegre, optimista y solidario. A pesar de las adversidades que nos han golpeados, hemos sabido levantarnos y salir adelante, pero muchas veces nuestro jolgorio nos ha llevado a hacer de este país un lugar incomprensible, de doble moral que no permite buscar la solución definitiva a nuestra problemática, sino que, al contrario, nos conformamos con los pañitos de agua tibia que nuestros gobernantes tratan de poner a nuestras necesidades.


¿Cómo es posible que los grandes medios de comunicación del país se pasen horas, mojando prensa y recordándonos la difícil situación de escasez de alimentos que padecen nuestros hermanos Venezolanos, para demostrar el mal gobierno del señor Maduro, pero callan con una mirada cómplice el padecimiento del pueblo wayuu donde sus niños mueren de hambre y desnutrición?

Es inaudito que después de padecer más de 50 años de dolor, desolación y sufrimiento por una guerra fratricida y sin sentido que solo nos ha traído muerte, sigamos polarizados en la consecución de la paz, algunos partidarios de la solución militar y otros de la solución negociada, no permitiendo con ello la construcción de un país en paz, donde florezcan las ideas y no las balas, o que la guerrilla ahora pretenda seguir trabando más el proceso solicitando una constituyente y no aceptando el plebiscito, donde lo que realmente debe importar no es el mecanismo de refrendación sino lograr y firmar la tan anhelada y soñada paz.

Parece paradójico que atravesemos una crisis ambiental y el fenómeno del niño golpee gran parte del territorio nacional, poniendo en riesgo el suministro de agua potable a los colombianos, pero el gobierno nacional en su plan de desarrollo permita que las empresas mineras adelanten sus actividades en nuestros paramos, o que la inmensa mayoría de los municipios por donde recorre nuestro río más importante, el Magdalena, le viertan sus aguas residuales contribuyendo con su contaminación y muerte.

Es ilógico que el gobierno nacional incremente el salario mínimo por debajo del índice de inflación, y a su vez incremente las tarifas de los servicios públicos, las tasas de intereses o los impuestos, condenando a la clase trabajadora a mal vivir, no poder proveer a sus familias de las comodidades necesarias para garantizarle un bienestar y mejoramiento de la calidad de vida.

Ni que decir que el servicio militar sea obligatorio, para que nuestros jóvenes vayan a la guerra pero que los servicios de educación y salud cada vez sean más inaccesibles a la gente menos favorecida, permitiendo de esta manera que la desigualdad y la pobreza se acrecientan cada día más.

Por esto y mucho más es que estoy de acuerdo con mi amigo Abimael Sánchez quien me brindó la génesis para escribir este artículo, Colombia es un país conformista y de doble moral, lo cual no le ha permito construir un mejor futuro y que el verdadero progreso y desarrollo llegue a cada rincón de su geografía.

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