A pesar de que
nuestra constitución política establece la educación como un derecho
fundamental de toda persona y un servicio público que tiene una función social,
el Estado colombiano tiene una deuda histórica con la educación pública, que se
ve reflejada en la falta de presupuesto e inversión, que ha condenado al
sistema a una crisis de cobertura, calidad y eficiencia.
Es preocupante
la grave crisis financiera que padece la educación en el país, donde existe un
déficit de $1.4 billones para su funcionamiento y de $15 billones para mantener
su infraestructura, lo que motivó una gran movilización nacional en defensa de
la educación, que buscaba garantizar un aumento en el presupuesto en las
universidades públicas. Al final lograron que el gobierno nacional reasignara
en el presupuesto de 2019 la suma de $500 mil millones de pesos para la
educación superior.
Y si el
panorama para la educación superior es lamentable, para la educación básica no
mejora. Soy oriundo de un bello pueblo llamado Tamalameque, que el próximo año
cumple 475 años de historia, resistencia y lucha contra el abandono, olvido y
desidia estatal. Su cabecera municipal cuenta con dos instituciones educativas:
el Instituto Técnico Agropecuario y el Ernestina Pantoja, encargados de
impartir conocimiento y valores a nuestros paisanos.
Infortunadamente
estas instituciones educativas no son ajenas a la crisis que padece la
educación en Colombia, por ello evidenciamos como el Instituto Técnico
Agropecuario con el paso del tiempo va perdiendo su vocación técnico
agropecuaria. A pesar de contar con 2 fincas, no tiene la maquinaría,
herramientas y recursos financieros necesarios para su funcionamiento, ni mucho
menos para brindar una educación adecuada en su énfasis que les permita a sus
estudiantes preparar un arte u oficio para afrontar su futuro.
Esta
institución se encuentra a la entrada del pueblo, a orillas de la carretera
nacional que conduce de la población del Burro al Banco, poniendo en peligro a
sus estudiantes, quienes deben sortear el tráfico diario de la vía y la
incomodidad de las altas temperaturas para dirigirse a sus hogares, toda vez
que no cuentan con el servicio de bus que permita la seguridad y comodidad de
sus alumnos en su desplazamiento.
Por otro lado,
la situación del Ernestina Pantoja es más precaria y lamentable al no contar
con sede propia, sino funcionar en un antiguo monasterio alquilado para que los
educandos puedan recibir su enseñanza. Esta situación cohíbe a los estudiantes de
contar con laboratorios de química, física e idiomas, instalaciones
recreativas, lúdicas, deportivas y de esparcimiento que le brinden un ambiente
acogedor, cómodo y adecuado para adquirir conocimiento y capacitarse.
Con esto
estamos condenando a la juventud tamalamequera a recibir una educación de mala
calidad, sin los estándares, requerimientos o parámetros mínimos que garanticen
un proceso de enseñanza y aprendizaje que le permitan desarrollar y afianzar
sus capacidades físicas e intelectuales, habilidades, destrezas y técnicas para
que tengan unos cimientos sólidos para asumir la educación superior.
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